Los dos hombres entraron al salón y se quedaron mirando a la mujer parada junto a la ventana, perdida en el horizonte mientras canturreaba una triste melodía. El que iba de blanco fue el primero en hablar:
– ¿Sabe usted quién es esa mujer?
– Pues sí – le contestó el otro. – Es la reina loca.
– Muy bien ¿conoce usted su historia?
– Sí. Enloqueció al ser abandonada por el rey.
– ¿Y conoce usted al rey?
– No, no lo conozco.
– Eso es porque nunca hubo rey – replicó el hombre de blanco.
El otro hombre se volvió para mirarlo y frunció el ceño intrigado.
– ¿Y qué hay de su corona? – preguntó mirando otra vez en dirección a la mujer.
– Nunca tuvo.
– ¿Y su trono?
– Tampoco.
– ¿Y su reino?
– Tampoco.
– ¿Y por qué "reina"?
– Porque el loco es usted – contestó impasible el hombre de blanco.
El otro hombre lo miró sorprendido y abrió la boca para decir algo, pero entonces entendió y guardó silencio. Su expresión congelada reflejó con claridad esa mezcla de pavor y resignación que acababa de invadirlo.
El hombre de blanco lo tomó del brazo y él se dejó llevar mansamente, sin que su mirada perdida reparara en toda esa gente que se había congregado en el salón y contemplaba la escena con infinita compasión.
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