De haber sabido que eran almas gemelas, algunos hubieran considerado una increíble casualidad que coincidieran en la misma vereda. Otros lo hubieran dado por sentado, aclarando que, si bien caminaban en direcciones enfrentadas, era ésta una lógica manifestación cartesiana de la diferencia de géneros.
Tan parecidos eran, que en el momento de encontrarse intentaron esquivarse una y otra vez hacia el mismo lado, hasta que chocaron de frente. Levantaron la vista al mismo tiempo y se miraron, cada uno esperando la disculpa del otro.
Como no llegaba, él, caballero como hubiera sido ella de haber sido él, inclinó levemente la cabeza y se excusó por su torpeza. Ella, orgullosa como hubiera sido él de haber sido ella, aceptó casi imperceptiblemente la disculpa e hizo ademán de ponerse en movimiento.
Él, nuevamente caballero, se apartó dándole paso. Así desaparecieron el uno de la vida del otro.
Ninguno de los dos supo identificar esa rara sensación que les dejó el breve encuentro, pero no importó.
Cinco minutos después él pensaba en chupetines y ella en barriletes.
hf.
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